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Asombrada por vivir sólo una historia, decidí probarlas todas, una a una. También escribo y dibujo.

lunes, 28 de abril de 2014

Costa de las Brumas



Caleb se detuvo en lo alto de la colina y examinó el  paisaje con gesto crítico.
No estaba tan mal. La marea empezaba a retirarse y probablemente pudiese atravesar la marisma sin más problemas que el barro en las botas. Una vez en el bosquecillo, podría montar un pequeño campamento e incluso  pescar algo de cena, para variar. Era posible que el agua borrara su rastro al subir de nuevo, si es que sus perseguidores no llegaban antes.
Esa era toda la buena suerte que podía esperar. Quedaban muchos días de camino antes de llegar a algún lugar civilizado, bien pasadas las montañas, y las posibilidades de conseguir alimentos serían escasas de allí en adelante. Eso por no hablar de las leyendas sobre los moradores de las islas, claro. No es que él fuera supersticioso pero, ya sabes, se escuchaban historias.
Caleb se ajustó la capa –la bruma empezaba a filtrarse hacia los huesos- , arregló la manta del pequeño bulto dormido que cargaba en brazos y, con un suspiro, comenzó el descenso.

(Ilustración de Esperanza Peinado)

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