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Asombrada por vivir sólo una historia, decidí probarlas todas, una a una. También escribo y dibujo.

martes, 26 de marzo de 2013

El kappa japonés




Descubrí a los kappa en “Monstruos: un bestiario del mundo extraño”, de Christopher Dell, y me parecieron unas criaturas de lo más interesantes. Son yokai (espíritus) similares a los kelpie irlandeses, que habitan en estanques o ríos. Son extremadamente  corteses y cultos, leen y hablan japonés y pueden ser muy útiles en la granja (o eso dice Dell, yo, la verdad, no veo el modo). Por otro lado, son tan dados a las bromas pesadas como la mayoría de los duendes y pueden arrastrarte a las profundidades y ahogarte allí, les encanta observar los kimonos femeninos (y, a veces, sustraerlos) y adoran el sabor de la carne humana, especialmente de niño. Lo afortunado, o no, de un encuentro con un kappa depende del humor en que éste se encuentre.

              Las descripciones difieren unas de otras. A veces tienen aspecto de tortuga, de pez o de anfibio, pero siempre presentan el tamaño aproximado de un niño, las manos y los pies palmeados y una cavidad en el cráneo, como un cuenco, que recoge el agua de su rio o estanque, de forma que puedan moverse por la superficie, fuera del agua.

Y ahora, dos datos útiles si os encontráis en apuros con un kappa: son muy escrupulosos con el protocolo por lo que, si les hacéis una reverencia, ellos os la devolverán, se le derramará el agua de la cabeza y se volverán inofensivos (quedan inmóviles o, incluso, mueren). Me encantaría saber quien descubrió el segundo dato, y cómo, pero hay una cosa que aún les gusta más que la carne de niño y es el sabor del pepino. En serio.

(Ilustración de Esperanza Peinado)

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martes, 19 de marzo de 2013

Steampunk: De otros Dorian Gray


“He crecido amando los secretos. Parecen ser la única cosa capaz de hacernos misteriosa y maravillosa la vida moderna. La cosa más común se vuelve encantadora si la escondes.”

“El alma es una terrible realidad. Puede ser vendida y comprada e intercambiada”
                                                                                                       Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray



La forma más obvia de hacer una versión steampunk del Retrato de Dorian Gray es que intervenga una máquina. De hecho, en el primer boceto que realicé aparecía: era un híbrido entre un reloj de pie y una bombona de oxígeno con estilo. Sin embargo, no me convencía, dejaba muy poco espacio para el sentido de la aventura que -aparte de los corsés, los sombreros y los hombres con levita- es lo que más me gusta de la corriente steampunk.

Sin embargo, en el siglo XIX Egipto cobra una mística especial, un sentido de la magia, blanca y oscura, que actualmente ha derivado más hacia momias y sectas y que quería recuperar en este dibujo. También hay un poco de ciencia, y de Jekyll y Hyde, entre los objetos de la bandeja.

Yo sé la historia que hay detrás de esta ilustración, pero no os la voy a contar. Esta tendréis que descubrirla.
 
(Ilustración de Esperanza Peinado)

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martes, 12 de marzo de 2013

Proceso: el ciberojo


Se me ha ocurrido contaros un proceso de creación. Generalmente, tiendo a meter muchos detalles en mis dibujos, lo que puede hacerlos un poco caóticos de explicar por pasos, pero éste tenía que ser muy sencillo, puesto que se trataba de un diseño para un llavero de un tamaño muy pequeño. El formato era circular, y se me ocurrió la idea de este "guardian de las llaves" cibernético. El primer paso es un dibujo previo a lápiz:



Suelen ser muy simples, y a menudo no se parecen en nada al resultado final, pero me sirven para orientar la composición. Luego empiezo a trabajar con la tableta digital:


 Cuando empecé con los tonos bronce, me di cuenta de que, tal como lo había diseñado, no podría mover el párpado:


Así que le añadí las llaves y un segundo párpado móvil. Luego unifiqué los brillos y sombras de todo el dibujo.


Y listo.

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martes, 5 de marzo de 2013

Steampunk: La cazadora



Uno de los perros se llama Pánico, y el otro Helsing. No sé cómo se llama ella, pero tiene una puntería del infierno. 

              La primera vez no le dimos importancia. Los de nuestra raza no nos apreciamos demasiado, y el pueblo estaba demasiado tranquilo desde que los rumores empezaron a circular. Unos cuantos supervivientes habían huido durante el día, a menudo sin llevarse nada con ellos, y los pocos que quedaban eran viejos que pintaban cruces en los cristales y al oscurecer se atrincheraban en sus casas, así que ella era lo más parecido a un reto que teníamos hace meses. Baena, que ya en vida era un tipo peligroso y no pensaba dejar que nadie lo olvidara después de muerto, se echó a reír y salió a por ella con sus amigos (o lo más parecido que hay entre nosotros: ¿Esbirros? ¿Cómplices?), amenazando a quien intentara adelantársele. La noche siguiente regresó solo y sangraba: había pasado el día enterrado en una zanja y aún así lanzaba alaridos con lo que pensaba hacerle, las cosas que haría para vengarse, las horas que tardaría en morir.

              Más de la mitad se fue con él, pero otros ya intuíamos que había que salir de allí, que no iba a regresar ninguno. A lo mejor, si los hubiéramos usado de distracción, hubiésemos podido huir esa misma noche. Quizá ni aún así. La tercera noche reunimos un par de vehículos y mantas para cubrir los cristales y dejamos el pueblo como ratas, en silencio. Vimos la cabeza de Baena clavada en el cartel de salida, y luego el conductor cayó muerto y nos salimos del camino. Aún sonaron algunos tiros más, aunque los perros fueron lo peor.

              No sé si los que intentaron ir monte a través lo han conseguido. A mí ya me da igual, he llegado hasta aquí y prefiero quedarme. Al menos he encontrado algo de beber mientras la espero.

(Ilustración de Esperanza Peinado)

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