La Última Posada: Aventura en Night City
Creo que aún
no os había mostrado el magnífico diseño que hizo Gema Serrano a partir de mi
dibujo, para el cartel de las jornadas de La Última Posada: Aventura en Night
City. Os lo enseño antes de que sea tarde, porque se celebran del 1 al 3 de
marzo, o sea, ya. Animaos, las plazas están cerradas, pero se puede asistir
como nómada por un día. Si os apetece, nos vemos allí.
Os voy a contar un cuento VI: La hoguera
(Este es el último
capítulo del cuento de la Niña de los Cuervos, que he estado contando estos
días. Si quieres saber por qué, lo explico
aquí. La historia empieza en
este).
Acusaron a
Guiomar de bruja. Es curioso cuántas pruebas hacen falta para demostrar una
verdad inoportuna y lo rápido que se extiende una mentira atractiva. Esta
mentira ganaba concursos de belleza: Guiomar era una extraña que había
aparecido en el bosque, se rodeaba de cuervos negros, no hablaba con nadie más,
el rey había enfermado estando allí ella, y ahora su hijo, el heredero al
trono, se convertía en madera. Estaba clarísimo que era una bruja que pretendía
quedarse con el reino. La reina escribió a su hijastro pidiendo que confirmase
la sentencia de que muriese en la hoguera.
Entretanto, la
princesa, encerrada en la torre (como la mayor parte de las princesas en un
momento u otro de sus vidas) se desesperaba por no poder defenderse, pero los
tres años sin hablar estaban a punto de cumplirse y la última camisa estaba
casi terminada.
En el reino
vecino, el príncipe se negó a creer las acusaciones contra su esposa, y ordenó
que fuese bien tratada y que siguieran buscando a su hijo, pues él regresaría
cuanto antes. Sin embargo, la segunda bruja interceptó el mensaje y lo cambió
por otro más conveniente para ella y su hermana. Luego continuó reteniendo allí
al príncipe para que no interfiriera.
La princesa
fue condenada a muerte, y pasó la última noche cosiendo para acabar la tercera
camisa. Sin embargo, al amanecer, cuando los soldados vinieron para llevársela a
la hoguera, aún faltaba una manga por bordar. Guiomar se fue con ellos,
tenazmente silenciosa.
Los cuervos,
por su parte, apenas llegó la condena a su hermana partieron hacia el reino
vecino, que era el suyo propio, a buscar al príncipe. Cuando éste los vio
llegar, comprendió que Guiomar estaba en peligro y regresó al galope, escoltado
por los pájaros. Llegaron justo en el momento en que se iba a encender la
hoguera. Y en ese preciso instante se cumplieron los tres años de silencio y,
en un remolino de plumas negras, los tres príncipes recuperaron su apariencia.
Así que todo acabó bien: acusaron a la bruja correcta, recuperaron al niño y
luego, con los soldados del príncipe, detuvieron a la madrastra y contaron a su
padre lo que había ocurrido. Y Guiomar pasó el año siguiente cantando sin
parar.
Aunque, como
la tercera camisa no llegó a terminarse, el hermano más pequeño conservó para
siempre un ala negra en lugar de su brazo.
(Ilustraciones de Esperanza Peinado: a
color son los originales de la serie, en grafito he añadido algunos
bocetos y dibujos sueltos)
Os voy a contar un cuento V: La cuna
Estos días
estoy contando el cuento de La niña de los cuervos. En
Os voy a contar un cuento, explico de dónde viene.
Aquí encontraréis el principio de la historia.
También el
príncipe tenía una madrastra, que acogió amablemente a Guiomar en la familia. Y que luego mandó un mensaje a
su hermana en el reino vecino, pues las dos eran brujas que habían planeado apoderarse
de los reinos de la princesa Guiomar y del príncipe (podría deciros como se
llamaba el príncipe, pero la experiencia indica que no le interesa a nadie). La
cuestión es que, desde la desaparición de Guiomar y sus hermanos, el rey había
empezado a desconfiar de su nueva esposa, la cual había detenido sus planes
hasta localizar y destruir a los herederos al trono.
Así que ambas
brujas estudiaron la nueva situación y trazaron un nuevo plan para acabar con
todos. Lo primero que sucedió es que el padre del príncipe enfermó de repente,
sin que los médicos pudieran averiguar la razón ni encontrarle cura, y
pronto estaba tan grave que el príncipe asumió sus funciones, pues el rey
casi nunca estaba consciente.
Lo segundo que
sucedió fue que, poco después del nacimiento del hijo de Guiomar, su esposo fue
llamado al reino vecino con urgencia. A la princesa no le hizo ninguna gracia
que su amado se marchara desprevenido al castillo donde reinaba su madrastra
pero, como no podía hablar si quería romper el encantamiento, tuvo que
aguantarse. Si a la protagonista se le hubiera dado mejor jugar a las
películas, el resto del cuento hubiera sido completamente diferente, pero
faltaban doscientos siete años para que se inventara el juego, así que es absurdo
especular. La princesa se quedó sola, con la reina.
Aquella noche,
la princesa acostó a su hijo en la pequeña cuna junto a su cama, durmió
profundamente y, a la mañana siguiente, cuando se asomó para recogerlo, casi
gritó (casi, porque, recordemos, no podía): el bebé había desaparecido y en su
lugar, entre una maraña de zarzas negras, descansaba un feo muñeco de madera.
(Ilustraciones de Esperanza Peinado: a
color son los originales de la serie, en grafito he añadido algunos
bocetos y dibujos sueltos)
Os voy a contar un cuento IV: Un sitio donde esconderse
Estos días
estoy contando el cuento de La niña de los cuervos. En
Os voy a contar un cuento, explico de dónde viene.
Aquí comienza la historia, y
éste es el segundo
capítulo.
Siguiendo
el Manual de la Princesa en Apuros, Guiomar huyó al bosque para esconderse de
su madrastra. Las princesas y los bosques tienen una relación simbiótica que
por ahora nadie se ha molestado en explicar, pero deberían, porque cualquiera
podría pensar que a una dama noble educada entre criados le iría peor al
encontrarse vestida de gala en medio de tanto árbol. Debe de ser algo que
aprenden desde pequeñas, como los escudos heráldicos y el bordado. El caso de
Guiomar no fue distinto y, conforme se fue adentrando más y más, alejándose de
las sendas, empezó a sentirse más segura y a plantearse como podría ayudar a sus
hermanos.
Había
parado a descansar, pues llevaba andando desde el amanecer, cuando sintió que
algo la observaba entre la maleza. Los tres cuervos alzaron el vuelo,
sobresaltados. La princesa se puso en pie, y una criatura extraña, mitad
animal, mitad planta, entró en el claro pausadamente. Era un espíritu del
bosque que, curioso, venía siguiéndolos. Guiomar le contó su historia y la de
sus hermanos, y el espíritu le dijo que ella misma podría romper el conjuro de
su madrastra. Para ello, debía pasar tres años en silencio, uno por cada
cuervo, y confeccionar tres camisas bordadas, una para cada hermano. Si lo
hacía, los príncipes recuperarían su aspecto original.
Así
que Guiomar se puso a ello. No era nada fácil, porque la princesa no tenía ni
idea de patronaje y coser nunca había sido lo suyo, por no hablar de que estar
callada era aburridísimo, pero como quería mucho a sus hermanos, persistió.
Una
mañana, el joven príncipe del país vecino se desvió del camino y llegó al claro
donde ella cosía, hermosa como un hada o una aparición, con el cabello radiante
bajo el sol, custodiada por los cuervos. Y se enamoró de ella y, resumiendo, se
las ingenió para que ella se enamorase de él y se casaron.
Y,
unos meses más tarde, aquella extraña joven que el príncipe había traído del
corazón del bosque, que nunca hablaba, que cosía metódicamente y que no se
separaba demasiado de tres enormes cuervos, quedó embarazada de su primer hijo…
Os voy a contar un cuento III: El hechizo
Los tres príncipes
y la princesa eran los más desconcertados. Desde el primer momento desconfiaron
de la nueva reina, y no tardaron en presentir que estaban en peligro. Tras
pensarlo y hablarlo, decidieron escapar del palacio y buscar refugio en el
reino vecino.
Sin embargo,
durante la noche, alguien llamó a la puerta del príncipe mayor, desde la entrada
a la galería que daba al jardín. Se asomó a la ventana y, al no ver a nadie,
abrió la puerta y salió a la galería. Su madrastra lo esperaba entre las
sombras y, entonando un conjuro, lo convirtió en cuervo.
Un rato
después, la voz de su hermano mayor en la galería despertó al príncipe mediano,
que fue a ver qué quería y corrió la misma suerte.
Ya amanecía
cuando el más pequeño de los cuatro hermanos, casi un niño, escuchó a los dos
mayores hablando en la galería que daba al jardín. Curioso, como era, se asomó
a escucharles y, rápidamente, le crecieron largas alas negras, garras y pico, y
salió volando.
Con los
primeros rayos de sol, alguien llamó a los aposentos de la princesa (que, por
cierto, se llamaba Guiomar, si es que os lo preguntábais) desde la galería que daba
al jardín. Reconociendo las voces de sus hermanos, fue a abrirles, pero en su
lugar encontró a su nueva madrastra, que comenzó a recitar su hechizo. Sin
embargo, antes de pudiera terminarlo, tres enormes pájaros negros se lanzaron a la vez sobre ella, graznando, y Guiomar se la quitó de encima de un enorme
empujón. Viéndose así atacada, la bruja se convirtió en niebla y desapareció.
La
princesa, comprendiendo que corría más peligro que nunca, escapó del castillo
antes de que nadie más despertara, escoltada por los tres cuervos que habían sido
sus hermanos, sin tener ya tan claro adónde ir.
Os voy a contar un cuento II: el velatorio
Estos días
estoy contando el cuento de La niña de los Cuervos.
Aquí explico por qué.
Como os decía,
había una vez un rey y una reina que tenían cuatro hijos: tres hijos y una
hija. Los tres hijos eran apuestos y valientes, y tenían muchas otras virtudes
pero, para lo que van a durar, podemos centrarnos directamente en la princesa
que era igualmente valiente y bella y compartía los mismos intereses que otras
princesas de su edad, que según las fuentes especializadas son los príncipes,
cantar y montar a caballo.
El
reino era próspero y la pareja real era justa y amable, así que todo el mundo
vivía bastante bien hasta que un día, repentinamente, la reina murió. El
pueblo, la corte, los príncipes y la princesa estaban desolados, pero nadie
tanto como el rey, que amaba profundamente a su esposa. Se encerró en sus
aposentos y se negó a comer ni a ver a nadie. Los criados susurraban que pronto
la seguiría a la tumba.
Pero
una noche, al asomarse a la ventana, le pareció ver a la reina pasear por el
jardín, entre las rosas. Bajó corriendo, pero se encontró solo, puesto que
todos los que tenían acceso al jardín real dormían. Así que el rey cogió la
costumbre de pasear de noche por el gracioso laberinto de setos, para poder
vislumbrarla a veces en la distancia, doblando una curva o tras una fuente. Y
un día la encontró sentada, sola, en uno de los bancos de piedra:
-
Has vuelto –dijo él, sin poder creérselo.
-
Sí, –respondió ella- pero es un secreto. Nadie
más debe saberlo.
Y, como el rey no dio
explicaciones, nadie pudo entender porqué, sólo tres meses después de la muerte
de la reina que amó tanto, se casaba con una desconocida que, sólo a sus ojos,
tenía el rostro de su esposa.
(Ilustraciones de Esperanza Peinado: a color son los originales de la serie, en grafito he añadido algunos bocetos y dibujos sueltos)
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