Un ilustrador en el museo
Ahora que empieza el otoño, quería incorporar de vez en cuando a este blog una serie de entradas en un tono algo más serio acerca del panorama actual de la ilustración, siempre desde mi punto de vista, de lo que veo, leo y escucho. Intentaré no tardar en escribirlas más de lo que tardo en tomarme un café, que viene a ser poquito, para no extenderme demasiado, pero todas llevarán la etiqueta de "Como iba diciendo" así que, si no os apetece que os culturice, disculpadme y pasad a la siguiente entrada, que espero que os guste más.
Imagen de Olson Visual para el Museo J. Paul Getty |
Dicho esto - termino de remover el café, dejo la cucharilla en el plato- os iba a hablar de la función de los ilustradores en un museo. Exceptuando los que forman parte de la colección, que merecen un comentario aparte, los dibujos empezaron a introducirse en los museos con fines didácticos. Servían, por ejemplo, para explicar con una imagen como era la indumentaria completa de un sacerdote, la disposición en la tumba del ajuar que se expone en la vitrina o como se repartían las pinturas murales de un edificio que ya no existe. Hubo un tiempo en que pretender explicar la exposición al público llano era una idea innovadora de por sí.
Actualmente, hay todo un abanico de recursos que cubren esta función de apoyo: maniquíes y modelos, maquetas, vídeos interactivos y recreaciones digitales en tres dimensiones (fijas, de 360º o en secuencias panorámicas). Estas últimas me resultan especialmente atractivas porque su similitud con la fotografía, gracias a un uso hábil de la iluminación y las texturas, las hace más creíbles, más... "objetivas". El realismo de la imagen que vemos se extiende a la escena representada.
De modo que tenemos un mayor presupuesto para el discurso museográfico (que, tratándose de museos, tampoco suele ser como para despilfarrar, de todos modos) y un número mayor de opciones -virtuales o físicas- y, sin embargo, la ilustración tradicional sigue manteniendo su validez. ¿Por qué? Para empezar, por su inmediatez: No sólo vale más que mil palabras, sino que permite asimilar información compleja en segundos y por grupos de personas (a diferencia de una interfaz electrónica, que no suele admitir más de dos
usuarios cada vez). Por otra parte, requiere menor espacio y mantenimiento, y no resta protagonismo a la pieza principal. Sin embargo, en mi opinión, la principal aportación de la ilustración a la museología es la capacidad de provocar empatía en el visitante. Manteniendo el rigor histórico o la similitud con un cuadro, el trazo del ilustrador puede hacer a un personaje temible o simpático, heróico o tierno, despertando sensaciones que contribuyan a la experiencia del visitante. Además, la gran variedad de estilos, del minimalismo vanguardista a dibujos digitales y volumétricos, pasando por otros más tradicionales, contribuye al diseño expositivo, respaldando la estética elegida por el museo.
Excelente ilustración de Angus McBride |
Y se me ha acabado el café, en la próxima entrega os comento, ahora sí, para qué sirve exactamente un ilustrador en un museo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¡Me encantan, tanto la idea como la entrada!
ResponderEliminar¡Café, café, café! :p
Los cafés, mejor con conversación. Pero bueno, en estos me queda el recurso del monólogo :-P ¡Gracias!
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