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Asombrada por vivir sólo una historia, decidí probarlas todas, una a una. También escribo y dibujo.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

El pintor de miniaturas


Desde el principio puso especial cuidado al pintar ésta. Era de un mirmillón, ese tipo de gladiador romano que en las películas no suele pasar de extra, probablemente porque no se les ve la cara. La verdad, no le presté mucha atención (tiene ejércitos completos) pero sí me di cuenta de que le dedicaba más tiempo a los degradados y los brilllos, de que le buscaba más matices a las telas, de que cambió un par de veces el color para obtener el mejor efecto. Y, una vez terminada, la colocó junto a la cama, entre el despertador y la lámpara. Lo último que mirar al apagar la luz.

Luego empezó el ejercicio. Y le venía muy bien, en realidad. Pasaba mucho tiempo sentado entre unas y otras cosas. Pero, en algún momento, todo se volvió excesivo. Y ¿Qué le voy a decir? ¿Que no me gusta que tenga la figura en la mesa de noche? Yo en la mía tengo un conejo de trapo. Ayer pasé junto al cuarto mientras hacía flexiones y le escuché murmurar. Habla tan poco últimamente que me sobresalté. Repetía:

-           - La espada atada al brazo es una con el brazo, clava y corta. El escudo de un soldado, pesado y recto, defiende al guerrero. El casco cubre la cara para que nunca te miren a los ojos…

Y no sé qué hacer. Miro la figurita yo también y espero, simplemente, a que descargue el golpe.

(ilustración: Esperanza Peinado)

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