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Asombrada por vivir sólo una historia, decidí probarlas todas, una a una. También escribo y dibujo.

jueves, 30 de enero de 2014

Miradas


El cuadro era una ciudad vista de lejos, entre los árboles, creo. O unas ruinas, quizás, no me fijé demasiado. Había un tipo delante que, por su entusiamo, debía de ser la madre del pintor, y no dejaba de recrearse en la soltura de la pincelada, en las influencias de Giorgione y el tratamiento del color tan propio de Marc y en la transparencia pesada del aire, o algo así. Parecía tener para largo. Yo miraba a la chica del pelo recogido, la melena color arena tostada, la nuca perfecta. No podía verle la cara y parecía absorta en la explicación, o quizá simplemente admiraba la pintura. Imaginé que se giraba y me sonreía y que su sonrisa era tan perfecta como su nuca y la red que formaba su pelo. Me moví ligeramente a la izquierda (no había mucho sitio) para poder ver la curva de su mejilla, prometedora. Pensé en acercarme y decirle algo, pero ni siquiera me acordaba del nombre del autor de ese cuadro que la interesaba tanto y, de todos modos, la sala estaba tan llena... costaba saber si ella también había venido sola. Quizá podía, simplemente, aparecer con una copa y presentarme.

Y entonces, ella se giró de repente y yo dejé de respirar.

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